Carmen Montoya (Trianera de Honor), reliquia de la Triana gitana y flamenca

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Javier Fernández Maeso


La saga Montoya es una de las más prolíficas y geniales del flamenco. Su ascendencia se remonta a la Triana de décadas atrás y la cantaora Carmen Montoya es testigo de ello. El testimonio que aporta tiene un valor decisivo para arrojar luz sobre cómo se vivía en la Triana de los corrales, qué populares personajes habitaban la Cava de los Gitanos, cómo era el flamenco de aquellos gitanos del arrabal o cómo fue el éxodo de tantos vecinos al extrarradio de la ciudad.

Sobre su envidiable trayectoria artística -51 años trabajando en la música-, integrada en este contexto sociocultural, publicaremos mañana una segunda parte de esta entrevista reportajeada. Hija de los trianeros Alejandro Montoya y Dolores Fernández Vargas, Carmen Montoya es esposa del bailaor ‘El Morito’, cuñada de la cantaora ‘La Negra’, hermana del bailaor Juan Montoya, madre de la bailaora Carmelilla Montoya y tía de Angelita y Lole Montoya.

Sin duda, todo ello sumado a su implacable sacrificio durante medio siglo trabajando en el flamenco y llevando por bandera el nombre de Triana, son motivo más que de sobra para su reconocimiento como Trianera de Honor, que compartirá con su hija Carmelilla Montoya.

Carmen Montoya Fernández (Sevilla, 26 de abril de 1945) nació en el número 11 de la calle Evangelista, llamada por ella todavía “San Juan Evangelista”, como se la conocía en la época. Allí vivió con sus padres y hermanos, uno de ellos el bailaor Juan Montoya -padre de Angelita y Lole Montoya, además de abuelo de Alba Molina-.

El padre de Carmen, Alejandro Montoya, “empezó a bailar en el corral del Bengala, donde iban todos los gitanos de Triana, entre ellos los del espectáculo ‘Triana Pura y Pura’ (1983). “Cuando mi padre bailaba las gitanas del barrio dejaban las comidas en sus casas y corrían para verlo”, recuerda orgullosa Carmen.

Miguel ‘Bengala’ era descendiente de Los Cagancho, mítica familia gitana de Triana, herreros y esquiladores de profesión, que jugaron un papel fundamental en la construcción del flamenco en el arrabal. ‘El Bengala’, tío del bailaor Curro Vélez, nació en el número 112 de la calle Pagés del Corro y su casa fue testigo de momentos históricos para el flamenco.

Pero Alejandro Montoya murió cuando su hija Carmen tenía 8 años. En su niñez, Carmen se juntaba con su amiga ‘La Chona’ e iban a los picús a cantar y bailar. “Conocía a muchos gitanos. Me iba por la Cava de los Gitanos y me metía en las Cruces de Mayo. Mi hermano mayor venía a buscarme y me correaba”, recuerda de buen humor. “Anda, fuera. Vámonos de aquí”, le reñía su hermano.

Carmen y ‘La Chona’ se enteraban de las fiestas y se colaban en los bujíos, allá donde había cante y baile. Prestaban atención escuchando cantar a los gitanos mayores que les gustaban, como Rosalía de Triana con sus bulerías por soleá o los de ‘Triana Pura y Pura’. Así traían por la calle de la amargura a Juan Montoya, hermano de Carmen y padre de Lole Montoya.

Una infancia en los corrales de Triana, cuando se encontraban en su apogeo. Compartían lo que tenían, al momento una fiesta; uno salía cantando, otra bailando, otro ponía comida. Las puertas siempre abiertas. “Vivíamos con gitanos y vivíamos con payos. Incluso había más payos que gitanos. Pero ahí era todo el mundo igual”, explica Carmen.

En las dos Cavas vivían gitanos y payos. Todo el mundo estaba mezclado, si bien es cierto que en la Cava de los Gitanos predominaba la población calé. “Ahí no había gitanos ni payos. El gitano de Triana nunca ha dicho ‘el payo’. Aquí en Triana se estila ‘el gachó’. Pero es que el payo también se refiere a sí mismo como ‘el gachó’”, argumenta.

En la Cava de los Gitanos Carmen recuerda a personajes como Manuel el Titi, el Coneja -padrino de su hermano, el bailaor Juan Montoya-, el Tío Juane, el bailaor Curro Vélez y su tía, el Potajón, los participantes en ‘Triana Pura y Pura’…  Años después, su hermana Joaquina viviría en el número 6 de la calle Rocío y allí se iba con ella. Enfrente vivía Carmen ‘la Manolo’, que bailaba y cantaba muy bien.

La madre de Carmen Montoya, Dolores Fernández Vargas, vendía telas y tenía una situación económica más desahogada que la del resto de vecinos. “Estaba bien de dinero. Mi familia era la única que tenía para comer y estaba bien vestida”, reconoce. Cuando Dolores llegaba a Triana de vender en sitios como Salteras u Olivares, “los vecinos estaban todos ‘esmayaítos’, casi ninguno tenía para comer. Esperaban a que mi madre se asomara a la ventana”, narra Carmen. Entonces decían “ya va a guisar Dolores y vamos a comer todo lo que podamos”.

Mientras la madre de Carmen guisaba en el anafre, los demás cantaban “ya viene Dolores, ya viene Dolores…” y bailaban. “Mi madre se ponía a repartirle a todo el mundo. Tenían mucha hambre pero de momento formaban una juerga”, añade Carmen. Aunque algunos eran un poco “camastrones”; “Carmen, baila un poquito. Carmen, ¿y tu padre? Carmen, ¿tu madre ha vendido? Vamos a ir, vamos a ir…”, evoca con humor.

En el corral de Evangelista nº 11, la familia Montoya tenía dos habitaciones. Pero había familias como la de ‘La Chona’, que tenían una sola para vivir 14 o 15 personas. La abuela de Carmen le cosía a su hermano Juan, padre de Lole Montoya. “Le llamaban ‘El Príncipe de Triana’ de cómo salía vestido”. Así que las niñas más jovencitas del patio le decían: “pues para el picú nos va a hacer una falda”. Todos iban a una y todo era de todos.

Así, Carmen recuerda sobre la labor de su madre cuando le mandaba de pequeña a Almacenes Contreras, “a pasar el Puente de Triana” y le hacía apuntar “un corte de traje, una mantelería lagarterana… Y yo iba con mi dinero a Sevilla”. Su mente también se traslada a la Velá de Santa Ana en su infancia con sus amigas del corral, Amparo, Amelia y ‘La Chona’, viendo a los gitanos de Triana cantar.

Tiempo después, recuerda cuando se ponía en la puerta de su casa, en el 11 de Evangelista, mientras su hermana la peinaba. “Joaquina, ¿has visto que niño tan guapito?”, preguntaba Carmen a su hermana cuando veía pasar al que más tarde sería su esposo. “Mi hermana me pegaba un tirón del pelo”, cuenta. “A ver que te voy a dar”, le decía.

Carmen Montoya residió en la calle Evangelista hasta los 13 o 14 años, cuando conoció a aquel chaval, Manuel Montañés, apodado ‘El Morito’, que vivía en el desaparecido Barrio Máquina -asentamiento situado en la zona actual del CEIP Alfares, Juan Díaz de Solís y López de Gómara-.

A ese descampado llegaron gitanos andarríos, como El Morito y su familia, procedentes de Extremadura. Ellos conocían como “los toldos” a las construcciones donde los gitanos habitaban en el Barrio Máquina. Allí vivieron artistas como la bailaora Manuela Carrasco o la familia Amador.

Al Morito lo trajo su madre a Sevilla con 4 o 5 años. Antes de establecerse en el Barrio Máquina pusieron sus toldos debajo del Puente de San Telmo. Luego los echaron de allí y los reubicaron en aquel descampado frente al Tardón. Ya con 13 años, al Morito comenzaron a llamarle Sabu, por su gran parecido con el protagonista de ‘El Libro de la Selva’ de Zoltan Korda (1942).

Cartel de la película ‘El Libro de la Selva’ (1942) de Zoltan Korda. El protagonista, Sabu, guardaba un gran parecido físico con El Morito.

“Había una película muy famosa que le gustaba a todos los gitanos. Era de un hindú y él lo parecía. Le decían Sabu de como era de guapo”, apunta Carmen. El Morito se tiraba desde el Puente de Triana al río y hacía lo mismo desde el de San Telmo. Iba nadando de un puente a otro. Durante muchos años seguidos ganó la cucaña. Bajo el Puente de Triana y en el Paseo de la O -todo era tierra-, los gitanillos más jovencitos como El Herejía o Rafael El Negro se ponían de fiesta.

Por aquel entonces, a Dolores, la madre de Carmen, le dieron un piso en El Tardón que se encontraba en la calle Martínez de Irala. Así dejó su familia el número 11 de Evangelista, un hogar tan especial para ellos, donde “estaba La Negra, que esté en gloria, el titi Juan, todos ellos”, comenta Carmen. Ese corral lo terminaron tirando años más tarde y la familia de Carmen se trasladó de Martínez de Irala a Juan Díaz de Solís.

“Enfrente vivían ‘El Trompo’ y la Rosario, su mujer”, relata. Pero Carmen no llegó a vivir en Juan Díaz de Solís. Sí lo hizo por poco tiempo en Martínez de Irala. Por las fechas que residió en El Tardón se recuerda siempre en la Plaza Anita con una bicicleta que alquilaba. Además, en el Barrio León tenía una casita su abuela materna, que también se llamaba Carmen.

Años después en la Plaza Anita tomarían el relevo de las reuniones su hija Carmelilla, sus sobrinas Lole Montoya y Pilar, Jorge y César Cadaval, Isabel Pantoja, Manuel Molina y Chiquetete, entre otros muchos. De hecho, Isabel Pantoja “se juntaba conmigo cuando salía del colegio” y me decía “vámonos a ensayar arriba a mi casa”, rememora Carmen. Isabel Pantoja es 12 años más joven que ella, pero la vecindad y el arte no conocían barreras.

Atesora anécdotas en El Tardón con Chiquetete y Manuel Molina -los tres tenían casi la misma edad- cantando por los zaguanes. Les conocían como ‘Los Gitanillos del Tardón’. “Las vecinas salían y nos daban dinero en un platito. A veces el Manuel se lo metía aquí (señala el bolsillo)”, cuenta con humor. Salían por la mañana, se iban a cantar y pasaban el platillo por todos los portales y las plazuelas. Y el tío Juan continuaba detrás de Carmen porque no quería que cantara.

De hecho, este es un motivo de peso para que ella no conformara junto a Manuel Molina y Chiquetete el grupo ‘Los Gitanillos del Tardón’, que echó a rodar de manera “profesional” con Manuel Domínguez ‘El Rubio’ cuando apenas eran unos niños. La etapa de Carmen en El Tardón  iba a terminar pronto pero no iría mucho más lejos.

Carmen Montoya tenía 15 años cuando se casó con El Morito, cerca de donde estaba el Cortijo del Guajiro, emblemática sala de fiestas flamenca que se ubicaba en la calle Salado, al final de la actual calle Esperanza de Triana. Allí lo celebraron. Una boda gitana en toda regla. Carmen tuvo a ‘La Mina’ de madrina, que “en vez de tirarme almendras, me tiraba paquetes de café. Cantaba muy bien y se llevaba de lujo con mi cuñada ‘La Negra’”. Y, así pues, Carmen se fue a vivir a “los toldos” con su marido. En el Barrio Máquina, con 16 años tuvo a su hija, la cantaora y bailaora Carmelilla Montoya.

Mientras tanto, El Morito trabajó en el Guajiro, muy jovencito, y Carmen, que era aún más joven, empezó a trabajar con él más tarde en sitios como La Cuadra, del empresario Paco Lira, antes de que abriera su renombrada Carbonería. Con Carmelilla ya en el mundo, ambos adolescentes se codearon en La Cuadra con flamencos como ‘La Chicharrona’, Juana la del Pipa, Antonio Mairena…

Pero Carmen permaneció en Triana, en el Barrio Máquina, aproximadamente hasta los 20 años. Después se trasladó a las casitas de ‘Los Ciegos’, en La Corchuela, donde mandaron a todos los trianeros que sufrieron el éxodo, que también fue payo. Convivieron allí con la familia de Remedios Amaya y Manuela Carrasco entre otras. Más tarde les dieron las casitas del Polígono San Pablo.

FLAMENCO. TANGOS DE TRIANA

Carmen Montoya vivió en primera persona el auge de los Tangos de Triana y fue partícipe de ello. Si bien esta modalidad del tango original del arrabal nació años atrás, su generación le dio sello propio y le confirió identidad. Incluso se puede decir que lo pusieron de moda. Cuando veían a alguno que no se ajustaba al toque o al ritmo que ellos le imprimían, se callaban pero se decían de uno a otro: “que no, que no, que eso no es así…”.

Y es que el compás de los Tangos de Triana es muy peculiar. Muy próximo a la rumba. “Es como un poquito a cachondeo”, apostilla. Un buen ejemplo se aprecia en el espectáculo ‘Triana Pura y Pura’ (1983) con el cante de los chícharos de ‘El Herejía’. Los hombres, gitanos antiguos, bailaban los tangos como una burla, incluso bailaban como los africanos.

 

“Era una cosa que teníamos entre nosotros de age”, aclara. Porque la peculiaridad que presentan los Tangos de Triana no solo reside en el ritmo, sino en la burla, la gracia y la complicidad que mantenían para divertirse entre ellos. Pero Carmen Montoya siempre ha cantado cosas más serias, incluso ha sido mesurada a la hora de interpretar los Tangos de Triana. “A mí me ha gustado mucho cantar por tangos y por bulerías pero me ha gustado mucho la música también”, indica Carmen.

Quizás, por los documentos audiovisuales más populares que se conservan de ella, lo que más se le conoce es su faceta como intérprete de cantes festeros, concretamente bulerías y tangos, pero curiosamente no eran la preferencia de Carmen Montoya. Lo que le cautivó fue la copla y el cuplé. Aunque el cuplé por bulerías “ahora lo está cantando mucha gente”, ella se considera “pionera en el género” tras pasar además 21 años en el tablao flamenco de Curro Vélez, al que asistían como público, entre otros, la Duquesa de Alba.

La histórica serie documental de RTVE ‘Rito y geografía del cante’ captó uno de aquellos momentos de los gitanos del barrio por Tangos de Triana en la imprescindible taberna ‘El Morapio’. Al cante, Carmen Montoya se adaptaba a cómo veía bailar a los demás trianeros, ya que su manera de cantar era más seria.

 

En este encuentro mágico participan también su marido El Morito y su tía Carmen de Diagueles -hermana de su padre- al baile, Manolo Brenes a la guitarra, así como la popular Pepa ‘La Calzona’ y su hermana Amparo -el vídeo está mal rotulado- en las palmas y los jaleos con Manuel el Titi. El lugar de encuentro es la desaparecida taberna El Morapio, que se ubicaba en la calle Pelay Correa. Las paredes de este local también podrían hablar largo y tendido sobre el flamenco de Triana.

“Allí hemos estado mi marido y yo muchas veces de fiesta. Él bailando y yo cantando con los que hubiera. Y nos han dado lo que han podido y lo que han querido ellos. Iban muchos artistas y los gitanos de Triana para ganar dinero”, explica Carmen.

Carmen indica que ha trabajado mucho tiempo con el guitarrista Manolo Brenes: “Claro que era buen guitarrista. A mí me ha tocado muchas veces. Buena gente. Hemos sido conocidos de siempre”. Así era la cultura de los corrales en Triana. Todos formaban una piña y lo que tenían lo repartían.

GITANOS DE LA CAVA

Para todos tiene unas palabras. A la entrañable Pepa ‘La Calzona’ la conocía de Triana, de toda la vida. Ella era bastante mayor que Carmen, como se aprecia en el vídeo. “Siempre bailábamos y hacíamos esas cosas. No veía un poquito” y ya en el 83 bailó completamente ciega en el espectáculo ‘Triana Pura y Pura’ con los demás gitanos viejos de Triana.

A Carmen, después de vivir en el Polígono de San Pablo, le dieron un piso en la calle Salud de los Enfermos, en el Polígono Sur. Allí coincidió de nuevo con Pepa ‘La Calzona’, que vivía en la zona de “las casitas”. Siempre estaba pidiéndole a Carmen. “Se me ponía en la ventana y me decía…”

-¡Carmen!
+¿Qué, Pepa? Sube que te voy a hacer café.
-Échame una colcha.

“Me reía mucho con ella. Después me iba yo enfrente a las casitas, donde vivía ella, le preguntaba qué había hecho de comer… y tenía un perro que siempre estaba a su lado y ladraba. Me contestaba…”

-Carmen, este quiere boquerones.

Anécdotas de Triana en el extrarradio. “Pero era una gente muy graciosa y buena. Una gente muy sana. Hoy no hay eso. Será que son otra clase de gitanos más modernos. Además ya no quedan gitanos en Triana”, opina.

De Manuel el Titi y su hermana, Carmen la del Titi, recuerda que “eran muy normales y sencillos. Siempre querían una fiesta y tenían una pregunta de gracia para reírnos. Y ‘¿quién te ha comprado esto y lo otro?’.’¿Y tu madre? ¿Qué ha ganado hoy?’, me preguntaban mucho. Lo he pasado muy bien con ellos”. De Manuel el Titi añade que era “muy serio pero cuando se templaba se ponía a bailar a su aire y a su forma. Eran demasiado”. También rememora tiempo después cuando iban a las berzas de Curro Vélez.

De El Herejía cuenta que se ponía en el Postigo a jugar a la lotería. Salía el 2 y decía: “la hora de almorzar. Venga, ¿tú cuánto pones?”. Era la época de las perras y los reales. “Estaba sembrado”, dice Carmen. La misma gracia que cantando y bailando. Pero de él recuerda además a su hermano Justo, “que cantaba muy bien, a veces como cosas africanas”, y su hermana Piruja, amiga de ella también, que “se hizo un vestido verde con un lunar blanco y siempre tenía a mi sobrina Lole (Montoya) en brazos”.

Y cómo no, Rosalía de Triana, a la que Carmen Montoya no pudo parar de escuchar desde la primera vez que fue a verla para enterarse de cómo cantaba. Sus hermosas bulerías por soleá contrastan con las soleares alfareras de los payos trianeros. “Y por tangos cantaba muy bien”, apunta Carmen. “Era graciosa pero de jalear y eso. Bullosa no era”, comenta sobre su personalidad.

“Ven acá y siéntate aquí, tú en una silla y yo en la otra…”, se anima a cantar Carmen Montoya por tangos de Rosalía. De hecho, los tangos que canta en la serie documental ‘Rito y geografía del cante’ son de Rosalía de Triana: “Que abre mi pecho y registra hasta el último rincón, ya verás como tú reinas lo que ninguna reinó”.

LAS DOS CAVAS

Tanto en la Cava de los Gitanos como en la Cava de los Civiles había payos y gitanos, pero es cierto que predominaba la población ‘gaché’ en la de los Civiles y la calé en la de los gitanos. ¿Se diferenciaban en algo sus modos de vida? Lo cierto es que la pobre situación económica era la misma. Además se compartía el sentido de vida comunitario.

“No había rivalidad. Eran unos para otros. Y a la hora de vivir en el día a día no había diferencias”, aclara Carmen. La manera de divertirse con el cante y el baile, igualmente, era algo vecinal y comunitario, “de ellos y para ellos”, casi nunca profesional. De hecho, de la quinta de Manuel el Titi quizás fue él el único que se dedicó a trabajar un poco más en el flamenco.

Sobre la manera de cantar de los payos trianeros y las soleares alfareras o del Zurraque, vertiente de la soleá que ha trascendido como uno de los cantes típicos de Triana, con exponentes como Oliver de Triana o El Arenero, Carmen reconoce haberlos escuchado pero no le transmite mucho este cante, al contrario de lo que le sucede con la Soleá de Alcalá.

“Realmente la Soleá de Alcalá era de Triana, donde han nacido todos los cantes grandes; las siguiriyas, la trilla, los martinetes, la soleá… Juan Talega empezó a cantar la Soleá de Triana muy jovencito porque le gustaba pero al irse de aquí se la llevó a Alcalá, la popularizó y le pusieron Soleá de Alcalá. Los cantes grandes se los llevaron a diferentes sitios y les fueron poniendo el nombre de cada lugar”, explica Carmen.

De hecho, Juan Talega afirma en determinadas grabaciones que solía desplazarse con mucha frecuencia a nuestro barrio con su tío, Joaquín el de la Paula -al que consideran creador de la Soleá de Alcalá-, Enrique el de la Paula y su primo, el cantaor Manolito de María. En las fiestas de Triana se recreaban con estos cantes puros, que luego ellos personalizaron al considerarlos “muy pesados”, de forma que así surgió la Soleá de Alcalá.

De cualquier modo, Carmen siempre escuchó cantes grandes; criándose en pleno epicentro flamenco del arrabal. Un enclave donde, la forma de vida a la que antes nos referíamos se perdió en el tiempo, así como los vecinos que lo vivieron. “Los gitanos de Triana se conocen todos y ya no queda ninguno”, se queja Carmen. El éxodo de los trianeros bien merece un capítulo aparte. El caso es que se produjo una dispersión que en buena medida tenía como destinos La Corchuela, el Polígono de San Pablo y el Polígono Sur.

Carmen Montoya y otros tantos pasaron por los tres sitios anteriores en el mismo orden. Casi todos los gitanos de ‘Triana Pura y Pura’ se establecieron en el Polígono Sur. En los suburbios recrearon la manera de vivir comunitaria que mantenían en Triana. Precisamente, Carmen tiene una anécdota con el popular funcionario del Gobierno Civil, Gregorio Cabeza, encargado de adjudicar las viviendas.

“Cuando vivíamos en ‘Los Ciegos’ vino un coche a vernos. Yo estaba con mi hija chica, lavando con un refregador y un baño. Y me dijo que me subiera porque me iba a llevar al colegio. Cómo no le explicaría yo, que entonces estaba mi suegra conmigo… Mire usted, Don Gregorio, yo me quiero ir de aquí. Y nos dieron las casitas bajas del Polígono de San Pablo”, cuenta.

En el Polígono de San Pablo, antes de establecerse en el Polígono Sur, también coincidió con Pepa la Calzona “y su hijo Mané, que jugaba en el Betis. También estaba Carmen la del Titi”.

Son muchas las respuestas que se pueden encontrar en Carmen Montoya tras hora y media de entrevista, viajando con ella en el tiempo a la Triana de los corrales, analizando el flamenco de los gitanos trianeros, recordando a personajes clave de la época o repasando el éxodo masivo de vecinos al extrarradio de la ciudad. Pero la respuesta más contundente que nos ofrece esta gitana de Triana, de pura cepa, es ante la pregunta: ¿Qué significa para ti Triana? Rápido y sin pensar contesta: “Para mí, todo”.

“Me gusta el Bombete, me gusta la Cava, me gusta la calle San Juan (Evangelista actualmente), me gusta la calle Martínez de Irala…”. Esa es parte de la genialidad y el enorme valor del testimonio que nos ofrece Carmen. En una sincera respuesta sintetiza varias épocas y zonas de Triana, algo que ella encierra en sí misma. Y todo…

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