Queda Triana
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Puente de Triana desde el río Guadalquivir. | FOTO: Javier Fernández Maeso.
Javier Fernández Maeso
@JaviFdezMaeso
Director de Triana Digital
El precio de la vivienda sube en Triana en 2020, en plena alerta sanitaria por la pandemia de la Covid-19. Así se desprende de los datos que ofrece UrbanData Analytics, reunidos y analizados a partir de programas informáticos basados en la inteligencia artificial. Eso sí, hablando con algunos amigos que trabajan en el sector inmobiliario del barrio me comentaban que ellos no comparten esta opinión. En cualquier caso, es evidente que el precio del suelo en el arrabal está por las nubes y esto no sería más que otro nuevo capítulo de la paulatina crisis que Triana lleva sufriendo décadas, con una alarmante pérdida de identidad, y cuyo primer golpe se podría fechar en la expropiación que sufrió el barrio en los años 50.
La conocida “diáspora trianera” a otros barrios de la periferia sevillana fue el primer golpe pero no el definitivo, como muchos sentencian y asumen como si de una verdad absoluta se tratase, con más de tópico que de conocimiento. Triana no se acabó en aquel momento porque, si bien es cierto que bastantes vecinos fueron realojados en el Polígono de San Pablo o el Polígono Sur, previo paso por poblados como La Corchuela o Los Ciegos, hubo otros muchos vecinos que continuaron viviendo en el barrio, preservando así la cultura popular que caracteriza a Triana.
De hecho algunos trianeros pasaron a poblar esa “nueva Triana” de El Tardón o la Barriada del Carmen, como fue el caso de la familia Montoya, de la que parte de sus miembros marcharon al Polígono de San Pablo, y otros como La Negra y su suegra Dolores Fernández, se quedaron en El Tardón, en la calle Martínez de Irala. Hay trianeros, como la familia Andana, que organiza el concurso de la cucaña desde hace unos 90 años, que continuaron viviendo en el casco antiguo de Triana hasta día de hoy.
Ellos además son descendientes de cucañeros como ‘El Malino’ y ‘El Perdigón’, personaje popular al que apodaron así por cómo corría por el palo de la cucaña. Entonces yo me pregunto, según todos aquellos que promulgan que Triana “desapareció” entre los años 50 y 60, ¿de dónde es la gente que permaneció en el barrio? ¿De La Pañoleta?
Luego ha ido transcurriendo más de medio siglo durante el que nuestro barrio, cuya identidad se fue forjando a lo largo de la historia con la aportación de infinidad de vecinos, procedentes de muchos rincones distintos del mundo con el Guadalquivir como gran puerta de entrada, ha ido sufriendo los azotes de la globalización, la especulación y, en los últimos años, el turismo descontrolado.
Según los que promulgan que Triana “desapareció” entre los años 50 y 60, ¿de dónde es la gente que permaneció en el barrio? ¿De La Pañoleta?
Pero a pesar de los pesares, queda Triana. Aún hay esperanza. Seguimos conservando elementos muy valiosos de nuestra identidad que debemos luchar por preservar. Queda Triana en nuestra ‘Catedral’, la Parroquia de Santa Ana, en nuestro puente, en la calle Pureza un Jueves Santo, en las ‘calesitas’ de la Plaza San Martín de Porres o en la Capilla del Carmen dándonos la bienvenida al barrio mientras el Altozano se abre a nuestro paso.
Queda Triana en lo cofrade. Sigue esplendorosa en la mirada del Nazareno de La O, en la silueta del Cachorro recortándose por el puente, en el rostro compungido de la Virgen de la Salud, en las manos implorantes del Cristo de las Penas o en las bambalinas del palio marinero de La Esperanza.
Queda Triana en el toque de Joselito Acedo y en el de Riqueni, en la voz inmaculada de la Lole, en el solo de la marcha ‘Señá Santana’ de Tres Caídas, en el legado coplero de Isabel Pantoja, en la gubia de Navarro Arteaga o en las referencias humorísticas de Los Morancos al barrio que los vio nacer y crecer.
Queda Triana mientras continuemos viendo pasear con naturalidad por nuestras calles a Antonio Dechent, a Alba Molina o a Jorge Cadaval. Queda Triana, sobre todo en lo popular, en su gente, en El Pollo y El Gato, en una conversación en un banco de la placita donde coincidan un rato el Charro, Luciano, La Chari, Miguel Toro y El Fredi. Queda Triana en el ‘41010’ del que presumen tantos niños del barrio -ellos son el futuro- orgullosos en sus redes sociales.
Queda Triana en el Bar Santa Ana y en el Bistec, en el Cuesta, el Remesal, nuestras dos plazas de abasto, Osete, la farmacia del Altozano, Joyería Santa Ana, Casa Fernández o Tejidos Peñaflor. Queda Triana en nuestros comercios emblemáticos que tan duro trance están atravesando.
Queda Triana en los faroles sobre el río, en las avellanas verdes, en las sardinas colocadas sobre la plancha asomando al Guadalquivir, en el patio del Hotel Triana engalanado con mantones un 21 de julio de pregón. Queda Triana en una mañana de cintas verdes en el sombrero, carreta de plata y ‘Simpecao’ camino de la Aldea mientras la calle Castilla rebosa de costumbrismo, arte y folclore.
Queda Triana en los edificios regionalistas que ya no quedan tantos. Y en muchas otras cosas que se están perdiendo. Hago un llamamiento casi desesperado a las autoridades competentes: respeten, regulen, protejan, intervengan. Por la Triana que todavía nos queda.
Estimado Javier:
Vaya por delante mi admiración por tu amor y defensa de Triana. Soy hijo de trianeros que nació ya fuera del barrio. Mi abuelo nació en calle Castilla, mi abuela en la calle Betis, mi padre en Alfarería y mi madre, por azar, en la Magdalena, tan cerquita de Triana. Muchos de mis tíos y tías vivieron en «los barrios» de Triana, como tú comentas en tu artículo que hicieron los Montoya, por ejemplo. Pero hay una Triana que ya no queda. No queda esa Triana motora del cante, dinamizadora del arte flamenco. El testigo pasó a los barrios de San Miguel y Santiago en Jerez, donde no hubo diáspora y se mantiene el abono ancestral de donde siguen surgiendo innumerables artistas. Triana, salvo excepciones honrosas, ya no dice nada en el mundo flamenco. Yo lo soy, y me duele que así sea. El alma flamenca trianera se perdió para siempre en la noche de los cristales rotos. Podrá haber el recuerdo de Triana, como ocurre en las Tres Mil, pero eso ya es otra cosa. El palo de esa nueva astilla no tiene, por marginación y por desculturalización y desarraigo, el sello trianero. Es otra cosa, ya digo. El patio del corral tenía magia, el asfalto y las calles anónimas y sin resguardo difícilmente se permiten acariciar esa magia. La intimidad del grupo se ha roto. el ágora ya no existe y en su lugar se levantan avenidas por donde se diluye la identidad de un pueblo y una cultura. Se está gestando otra cultura diferente, pero no queda Triana, quedan unos cuantos trianeros en un barrio de Airbnb y apartamentos turísticos. A la gitana con mandil la sustituye el japonés con cámara fotográfica. ¿Dónde queda Triana?