Jueves Santo, pero no mucho

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Javier Fernández Maeso

@JaviFdezMaeso
Director de Triana Digital


Como cada año, vuelvo a engañarme un Jueves Santo más sobre el motivo de por qué no me pongo el traje. Este lo tengo fácil: “con la pandemia no es del todo Jueves Santo y, en realidad, la gente no se va a arreglar tanto”. Mentira. No me lo pongo, aparte de porque siempre estoy cansado a esas alturas de la Semana Santa, porque voy más cómodo.

Consigo organizarme el día de trabajo, teniendo en cuenta la carga en este sentido que siempre supone la Semana Santa -incluso pandémica- para un medio como Triana Digital, y me dispongo a visitar templos y altares más allá del puente. Para ello quedo con un viejo amigo, compañero de batallas cofrades, que por supuesto tampoco lleva traje. “Vamos pasar pipa. Disfrutar”, como diría mi amigo Ángel del Castillo.

Nuestro itinerario comienza en el Convento de San Antonio de Padua, para ver ese montaje tan espectacular del que he visto algunas fotos. La Hermandad del Buen Fin ha recreado el Monte Calvario con las imágenes secundarias de su antiguo misterio en el altar mayor del templo y es una de las sensaciones de esta Semana Santa. Dicen. El día anterior no llegué a tiempo de entrar por poco y en esta ocasión también tengo que volver más tarde: “hay misa”.

Nos dirigimos a San Lorenzo y nos colocamos en la cola para entrar en la Basílica del Gran Poder. No avanza. Se mueve menos que las rodillas de un playmobil. Me da tiempo de sobra de beberme una botellita de agua entera. Empieza a avanzar la cola. ¡Hosanna en el cielo! Vamos a ver al Señor de Sevilla, total, tampoco estamos esperando a que nos den un martillazo en la frente.

Una vez que se mueve la cola, el ritmo es bastante bueno. Estamos en la entrada y dejo un par de monedas en el cepillo. Pillo un par de lazitos morados de estos que te ponen en las puertas de las iglesias pero que hace años que pasas de ellos porque te da corte llevarlos y porque no te aportan nada. En este caso, sí, vamos muy a tope. Me esperaba al menos que pusiera “Gran Poder” en el lazito, pero es morado y ya está. El imperdible parece la lanza de Longinos y le pongo uno de los lazitos morados a mi amigo con cuidado de no perforarle un pezón. Yo mismo me pongo el otro haciéndome un boquete curioso en el chaleco. El lazito podría ser de cualquier cofradía, incluso de Podemos o del 8M. Estoy empezando a sospechar que no ha sido al final buena idea.

Ya nos acercamos. Pasamos ante la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso. Nos aproximamos al Señor del Gran Poder. Hago una foto desde un lateral porque cuando pase por delante solo voy a mirarle a la cara. Frente a él, me quedo embobado. Y pienso que estoy molestando porque la cola tiene que avanzar. Me despido pero ha merecido la pena la espera.

Regresamos a San Antonio de Padua. Por fin. A la tercera va la vencida. Además hay poca cola. Me gusta mucho el altar y le hago una foto. Qué sitio más bonito. Marchándome me asalta una duda: “¿yo aquí por qué no entro más?”. Ahora nos dirigimos hacia la zona de la calle Feria y paseando por Amor de Dios nos encontramos de frente con una mujer trans vestida de mantilla y minifalda. “¡Qué poca vergüenza! ¡Me cago en la leche que mamé!”, o algo así exclama un chaval de no más de 22 años. Ella sonriendo orgullosa y su acompañante de pelo largo y frente poderosa dibujando también una media sonrisa, entre tímida provocadora.

Omnium Sanctorum está cerrada. En Montesión y La Mortaja es excesiva la cola. Vamos a intentarlo en San Marcos. Hay suerte. Está abierto y hay muy poca gente esperando. A pesar de todo hay un hombre organizando la fila que hace gestos como si la cola llegara a Sanlúcar la Mayor. Bajamos los escalones y accedemos al interior de esta joya mudéjar. El altar donde se encuentra la Piedad de Los Servitas me gusta, pero quizás estaría mejor si se pudiera pasar más cerca. Continuamos hacia la nave lateral derecha del templo, donde se encuentra en un pequeño altar la Virgen de la Soledad. Precioso. Le hago otra foto.

Nos movemos hacia la Plaza del Cristo de Burgos pero la iglesia está cerrada. Seguimos hacia la Alfalfa por Sales y Ferré. Llegamos a la calle Jesús de las Tres Caídas donde hay una fila de gente asumible. Poco antes de alcanzar la rampa de acceso a la Parroquia de San Isidoro, en el suelo, hay unas señales indicando una distancia de seguridad de 1,5 metros para hacer cola. Nadie se da cuenta. La distancia es de menos de medio metro entre personas. Pero como esto tantas cosas…

El altar de la cofradía de San Isidoro es tan sencillo como bonito. Otra foto. Ahora vamos hacia la calle Orfila para ver el altar de Los Panaderos. Por la calle Cuna observamos una cola inesperada. Unas 30 personas en traje de chaqueta y mantilla esperan pero no para ver un altar precisamente, sino para comerse un gofre con forma de pene. Tal cual. Es la seña de identidad de ‘La Verguería’, donde al parecer también venden estos pasteles con forma de vagina. Superamos esa surrealista cola, en la que no falta una persona con un disfraz erótico animando a las mujeres de mantilla y los hombres en traje de chaqueta que hacen cola.

Nos plantamos en la cola de Los Panaderos y no tardamos en aparecer ante la puerta de la capilla. Entonces una mujer antes de entrar nos echa gel hidroalcohólico en las manos. Un acierto total ir. Me gusta muchísimo. El altar perfecto en el entorno ideal. La Virgen de Regla junto a San Juan bajo palio y, al frente, casi a ras de suelo, el Cristo del Soberano Poder en su Prendimiento. Todo en la intimidad de la capilla. Fotito y nos vamos.

Turno para mi tarrina mediana de helado de menta con chocolate pero esta vez le meto también stracciatella para no caer en la monotonía de la rutina. Hay más helado sobresaliendo de la tarrina que en su interior, por lo que, a pesar de que hago todo lo posible por rebañar los bordes termino manchándome un poco el pantalón. El pescado ya está vendido. De vuelta para Triana.

Pero no tan rápido. Que en la Plaza de la Campana aparece una mujer paseando dos perros, uno vestido de ‘armao’ y la otra de mantilla, teóricamente. Ni me enfada ni me hace gracia. Bueno, un poco de gracia sí. Puedo hacerle una foto a eso, pero no quiero. Estoy una mijita desconcertado ya. Como si se me estuviera pasando por la cabeza ilustrar un artículo con ‘stories’ de Instagram. La pandemia está haciendo estragos con la salud mental del personal y no quiero poner la mía en peligro gratuitamente.

Por supuesto que San Vicente y El Museo están ya cerrados. Pero es una última intentona de vuelta. Ya ha chispeado varias veces aunque ahora empieza a apretar cuando vamos por Plaza de Armas. Por un momento le encuentro al día bastantes paralelismos con aquel del Via Crucis de la Fe de 2013. En la cabeza, qué hubiera pasado en condiciones normales con esta lluvia: a qué cofradías hubiera afectado. Los típicos pensamientos que no van a ninguna parte pero que te aparecen en la mente porque sí. Me vuelvo a casa satisfecho tras echar una tarde a gusto, pero tampoco pletórico. Y en la calle, esa nueva normalidad tan anormal; versión Semana Santa de Sevilla. Una suave sensación de desazón que no llega a doler. Total, al fin y al cabo es Jueves Santo, pero no mucho.

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1 respuesta

  1. Ángel Manuel dice:

    Vivencias bien contadas.
    Permítame quizás sea osadía de discrepar en sus pensamientos. Ese lacito, color morado sin más, cual túnica sin bordar, ni con cardos borriqueros que otras causas otros usarán.
    Ese color liso morado 450 años es del Señor de Sevilla. Por eso sí veo otra causa con su color, me digo- Gran Poder.

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